Publicado el 31 de julio de 2020
El movimiento laico cisterciense anima a las personas a integrar las prácticas monásticas en su vida diaria para crear un ritmo diario de oración. Al igual que el acto de respirar para el cuerpo físico, estas prácticas monásticas son como la respiración para el alma.
La jornada monástica consta de lo que se llama “el trípode benedictino” que tiene estos tres elementos principales:
- Oración
- Santa Lectura
- Trabajar
1. Oración
Tratamos de mantener al menos dos momentos de oración por día o más según lo permita nuestro horario. La oración es simplemente hablar con Dios. Cualquiera puede hacer esto. “Acércate a Dios y Él se acercará a ti”.
2. Santa Lectura
Hay un dicho: «Eres lo que comes». Quizás para nuestras mentes, este dicho podría decir: «Piensas en cualquier medio con el que alimentas tu cerebro». Si alguien mira las noticias todo el día, su mente está llena de pensamientos sobre las noticias. La Santa Lectura consiste en dedicar un tiempo cada día a leer al menos una página o dos de algún tipo de libro sagrado. Puede ser la Biblia, o cualquier tipo de libro que te lleve a pensar y reflexionar sobre Dios o avanzar en tu propia virtud personal.
3. Trabajo
Todos los monjes deben ganarse la vida. No reciben dinero de la Iglesia ni de ninguna otra entidad. El trabajo se considera saludable para la mente, el cuerpo y el alma. Los cistercienses en particular enfatizan la importancia de tener algún tipo de trabajo manual que realizar. Lavar los platos, lavar la ropa, cuidar el jardín son tareas que deben realizarse en silencio y conscientes de la presencia de Dios y/o aprovechando el tiempo para reflexionar sobre lo escuchado en la misa diaria o durante el tiempo de la Santa Lectura. Dios nos habla e ilumina a la persona que se pregunta acerca de las cosas santas mientras trabaja.
Los monjes de la Orden Cisterciense de la Iglesia Católica hacen tres votos
- Estabilidad
- Obediencia
- Conversión de modales
1. Estabilidad
Se supone que el monje debe permanecer en la misma comunidad toda su vida. Si tienen dificultades entre ellos, se supone que deben solucionarlas. La inevitable fricción que toda comunidad experimenta entre personas de diferentes orígenes y peculiaridades brinda a los monjes la oportunidad de practicar lo que predican: amar y orar por los “enemigos” y hacer el bien a todos, incluso a aquellos que no les agradan. En la práctica, esto es más fácil decirlo que hacerlo.
2. Obediencia
“Nadie debe hacer lo que juzgue mejor para sí mismo, sino lo que es mejor para el otro” RB 72. Parte del objetivo de la madurez espiritual es adquirir la virtud de la Obediencia. Esto no sólo significa obedecer al abad sino también a su compañero monje. En una familia esto tiene exactamente la misma aplicación. Cuando me enteré de esto por primera vez, me avergoncé de lo que significaba para mí como esposa de un marido con el que a menudo no estaba de acuerdo. Pero al poner esto en práctica descubrí que discutía menos con él y oraba más. El resultado fue un hogar más armonioso y una mejor toma de decisiones familiares.
3. Conversión de modales
Esta es la descripción de este voto de la hermana Katherine, quien escribió el libro “Una vida de esperanza”, página 49 “Prometemos vivir una vida sencilla y célibe de acuerdo con las costumbres de nuestro monasterio y estar siempre abiertos al cambio y al crecimiento. Debemos aceptar con satisfacción el régimen monástico básico de nuestra comunidad y vivir nuestras decisiones comunitarias con espíritu cooperativo. Sobre todo, debemos estar siempre dispuestos a pedir perdón, a cambiar nuestra forma de pensar y de comportarnos, y a aprender nuevas y más amorosas formas de relacionarnos con los demás”. Esto se puede aplicar a cualquier comunidad familiar y de oficina. A menudo he imaginado una planta en crecimiento al reflexionar sobre este voto. A medida que envejecemos, mejoramos cuando podemos vivir en armonía con las personas con quienes Dios nos ha plantado.